Por: Sebastián Puerta Ortiz – Foto: Juan Esteban Grajales.
Tres niños se encontraban sentados sobre la arena de alguna de las playas urabaenses, contemplaban el mar y las montañas que se ven justo al frente de ellos, el pasar de los barcos y los ataques de velocidad que le proporcionaban los alcatraces al agua en busca de su alimento.
Uno de ellos dejó de mirar al horizonte y decidió mirar hacia la orilla, donde las olas perdían su fuerza y con un último impulso podía mojar solo las plantas de los pies de quienes cerca estuvieran.
Recordó que, junto a su padre, solían caminar por ese lugar, juguetear con las olas y luego, cuando estaban cansados, se sentaban sobre la arena a conversar. El niño miró al cielo y con un suspiro lo extrañó nuevamente.
Se acordó de una historia que su papá le contaba, siempre que se lo relataba señalaba con el dedo índice hacia el horizonte y con una voz llena de nostalgia y orgullo de pescador iniciaba a contar esta leyenda.
“Las aguas del golfo esconden un tesoro; dicen que en las noches de luna llena se puede ver un brillo en la mar que lleva hasta una cueva en donde se puede encontrar lo más deseado. Solo los valientes emprenden esta travesía y los que lo quieren de corazón encuentran el lugar”
Es así como desde ese momento aquel niño sale todas las tardes, junto con sus dos fieles amigos, en busca de lo más deseado, en busca de su padre.