Por: Sebastián Puerta
Desde la inauguración del centro comercial arcoíris en el año 1991, he estado al pendiente de todo lo que pasa en esta esquina de mi Apartadó. Para muchos soy la única escultura que hay en Urabá que le rinde homenaje al fruto que tanto ha aportado a esta región, el banano.
Según don Mario Ruiz, dueño del centro comercial donde habito, me faltaron retoques, debido a que la persona que talló la gran piedra que en algún momento fui, no pudo culminarme por culpa de los rigores de la violencia de los años 90.
Me encuentro ubicado en una esquina que pareciera se hubiera detenido en el tiempo; a mi derecha se encuentra “El crucero del amor”, un viejo bar administrado por don Chucho un septuagenario, que desde las 12 del día me hace compañía y llena el lugar de nostalgia evocando cada que puede la música de Juan Manuel Serrat.
En algún momento tuve un color amarillo como el sol, de eso solo me quedan dos o tres manchitas de pintura regadas por mi bananitos de roca. He visto evolucionar tan rápido a este pueblo y me alegra que así sea, pero temo que en algún momento llegue la hora de que mi sitio desaparezca y yo lo haga con él.