Por: Karen Katherine Vinasco Jiménez – Foto Andrés Abadía
Según las letras de nuestros aborígenes, los sonidos de sus tambores, el manguaré, las gaitas, el palo de agua, las arpas, los rituales, la historia que relatan los coloridos trazos en jagua que en sus rostros llevan y la expresión de la pachamama; en la época precolombina, dentro de los bosques húmedos tropicales de la región, afloró un día una enorme palma que alcanzó alrededor de ocho metros de altura y que tardó, aproximadamente quince años en producir sus primeros frutos.
De la gran palma, se extrajo la Tagua, un fruto joven que desató gran ambición extranjera por su alto nivel de comercialización y los grandes usos artesanales, medicinales, alimenticios, además de la garantía a la supervivencia de la selva.
Por otro lado, la tribu emberá-chamí, que traduce “gente de la cordillera”, la utilizó como símbolo de protección durante el gemené, un ritual indígena que se realiza en la primera regla de la mujer, o en un periodo de tiempo en el que puede ser pretendida por un hombre de la comunidad, y que se hace, a fines de saber si aún se conserva casta.
Lo increíble de todo esto, es que coincidentemente, años más tarde, dentro de la misma zona multicultural, húmeda y ahora densa en frutos exóticos y civilización, afloró la reconocida banda experimental de rock alternativo que mezcla al son de la caja, el triple, el bajo, la armónica y un par de voces fuertes pero sutiles algo de blues y folk.
Tagua, como decidieron llamarse por su equivalente identitario, en menos de dos meses y con tan solo cinco sencillos, ha puesto a vibrar entre excéntricas letras y contundentes melodías a toda una turba de fanáticos, rebeldes y amantes de lo alterno en distintos toques dentro de la zona de Urabá.
Recuerda, que sí eres amante de los clásicos, disfrutas de un parche acústico a la intemperie, un par de frías en medio del todo y la nada y de un excepcional universo nocturno, ¡Entáguate! Con los cinco “peludos” promesa que se enmarañaron en las entrañas de nuestro Urabá.