Por: Ana María Muñoz
En uno de los ocho corregimientos de Necoclí, vive una familia costeña, es pequeña pero muy unida, la conforman tres personas: la matrona del hogar “doña Eliza”, su hija menor Carmen, y Andrea la última en esta cadena generacional.
Provienen de un pueblito costero de la ciudad Amurallada, llegaron hace cinco años, propiciando otra bella mezcla cultural en la zona, teniendo en cuenta que quienes llegan a vivir en asentamientos pequeños tienden a mimetizarse aún más y retroalimentan aquellos conocimientos culturales que poseen.
La adaptación fue casi inmediata para fortuna de todas, el clima no difiere mucho de su lugar de origen, en cuanto a los alimentos; se consigue lo mismo para sus preparaciones y la casa es además bastante cómoda, con amplios pasillos y bien iluminada como le gusta a doña Eliza.
A diario sienten como el abrasador clima suele aumentar en las horas de la tarde por lo que aprovechan para salir a tomar el fresco en compañía de algunos amigos que también lo hacen, además es usual encontrar a un par de vecinos en ese mismo horario pilando el arroz para la comida de la noche, es casi instrumental sentir el crujido y vai-ven de las hojas de los árboles con el pilón que sube y baja a un ritmo constante.
Las gallinas caminan con tranquilidad en compañía de sus pollos por las amplias calles de color amarillento, la vida pasa con tal pasividad que apenas se siente. Las tardes y las noches pasan inadvertidas, el silencio recorre cada rincón del corregimiento, acompañando el suave silbido de unos cuantos pájaros silvestres que se posan cerca en los árboles más altos.
Martín es uno de los visitantes diarios, pasa siempre a la misma hora con los últimos pescados del día para la venta, como sabe que tiene una clientela constante tiene el cálculo preciso de lo que venderá allí.
Casi al llegar el ocaso cada uno se comienza a marchar a su aposento, la más cálida brisa acompaña el camino de los que se marchan, el sabor en la boca se comienza a hacer más fuerte, doña Eliza va a terminar de amasar las arepas de maíz recién molido para el deleite de su hija y nieta, la sazón de la leña en cada comida acompaña sus días, a la par del dulce manjar frutal y la cálida acogida de la familia que siempre ha de estar allí.