Por: Aura María Estrada Galeano
Y cuando los indígenas llamaron en su lengua El valle de las piedras a Mutatá, le hicieron mención a una de las riquezas más características de este municipio. Y es que percibir el verde de las montañas y ver las aguas, a veces mansas y muchas otras con presión, ha sido el paisaje regalado por la naturaleza a la región.
A solo 25 minutos aproximadamente, y dependiendo de cuán sea la emoción para dar un chapuzón de esos que refrescan hasta los sentidos, se encuentra uno de los paraísos que se puede disfrutar a orilla de carretera. Un letrero ha de avisar que se ha llegado a Piedras blancas, un lugar muy mencionado y que se queda en el recuerdo de quienes lo visitan.
Al fondo, una cascada que baja con fuerza y acaba en una posa que relaja con sus burbujas, acompañada de grandes piedras que sirven para reposar, hacer un buen fogón o tirarse un enérgico chapuzón.
Al otro extremo, debajo de un puente, una posa transparente que deja ver los peces que adornan el paso, es calmada y el silbido de las aves se convierte en un relajante. Las risas se escuchan mientras los brazos van contra la corriente y la adrenalina es más fuerte cuando se tiran de aquel puente. Un destino que amererita la parada al lado de una sancochada y que entre risas y encantos, más se va disfrutando.