Por: Ana María Muñoz
Cuando amanece mi tierra ya tiene dispuesto todo un espectáculo para mí, los sonidos cantarines de las aves mañaneras recorren mis sentidos envolviéndome con pasividad, estas juguetean fuera de mi ventana, cuidan de su familia y le dan vivacidad a todos los lugares que visitan.
El sol se logra colar entre las rendijas de la habitación, llenando toda la casa de la energía típica de los Urabaenses, como llenando de vida a quien lo necesita, regalando aliento vital, acariciando nuestra piel con la más fina ternura que pueda ser brindada.
El sonido de las avioneticas lejanas también nos acompaña en esta plácida mañana, estas bailan sobre los cultivos que rodean la periferia de nuestra zona, cuidando y evitando que enferme el alimento que da el sustento a diario a miles de familias, el alimento colorido que a diario nos alimenta y que nos caracteriza ante el mundo.
Una sonrisa lejana me da cosquillas en el estómago, tranquiliza hasta el más agitado corazón, la alegría de nuestra cultura es sin igual, un gesto amable y cariñoso es lo menos que puedes esperar en un lugar tan maravilloso como Urabá.
Un nuevo reto, un nuevo sueño por emprender, el compromiso de asumirlos, la perseverancia para terminar lo cometido, una mañana de verano que inspira nuestra mente y regocija el corazón de quienes se deleitan y embriagan de la vida en la tierra prometido.