Por: Eric Benavides Agudelo
Entrar en la zona de Urabá es descubrir inmensos paisajes verdes y una variedad casi infinita de naturaleza viva, pero no solo lo que se puede ver hace de esta una zona característica de singular riqueza, hay un factor que tal vez solo podemos reconocer fácilmente los “nacidos y criados acá” como decimos los de Urabá. Es el olor, sí, un olor autóctono de nuestra hermosa tierra, que sea al ingresar por el norte o por el sur se puede sentir e identificar, es destacado y genera nostalgia, es un “no sé qué”, que todos conocemos pero al que pocas veces le damos importancia.
Para aquel que nos visita tal vez pasa desapercibido, pero inevitablemente es un aroma innegable para el que acá ha vivido. Olor a tierra fértil, a oportunidad y esperanza, un olor que alienta a trabajar, luchar, madrugar y aguantar con una sonrisa los quehaceres de la vida y también relaja al que descansa, es un olor que recordamos mucho al salir de casa, pero que solo se identifica cuando alguien del túnel hacia acá se desplaza, es como si la selva compartiera un aire con el que se le limpian a uno los pulmones pero si usted entra por el norte, la brisa de un mar alegre junto a pastos verdes se encuentra, de igual manera es innegable que a lo largo del territorio de la subregión se siente este olor agradable que hace que uno se amañe sin saber el ¿por qué? y se sienta siempre como en familia.
Al llegar a Urabá se puede notar un cambio en el aire, el ambiente cambia y se hace más ligero, como más limpio, un aroma fresco que dentro de sus notas dulces y frescas se permite un toque inconfundible a árboles frutales y ganado con un dulce olor a banano, al que se le añade la indiscutible e infaltable esencia a patacón que de algún lugar cercano deja que nuestros sentidos saboreen la fragancia que entre otras cosas explica un poco lo que el maestro Roberto Rivera Correa plasmó en el coro del himno de Apartadó: “ SUAVE OLOR DE LA FRUTA EN SAZÓN”.