Por: Devanny Benítez Muñetón – Foto: archivo
Nací, crecí y me crié en Urabá. Después de mucho tiempo por fuera de la zona, ya saben, por cosas del estudio y demás, quise volver y reencontrarme con mis raíces, con mi tierra, con las matas de plátano, con el sonido mañanero de las avionetas regando los campos y el sol penetrante que se abre camino entre las nubes muy temprano en la mañana. Me fui sólo y volví con familia. Un hijo y una esposa. Ella ya había vivido acá y conoce la zona. Él, de sólo dos años, apenas descubre el mundo.
Quise que él viviera mi niñez, la que todos los que crecimos acá conocemos, llena de amigos, vecinos musicales, colmada de paz y sonido de pájaros. Donde los niños corren tranquilos en los corredores, donde en las calles empolvadas se juega ‘Yeimi’, ‘chucha’ cogida, y fútbol. Donde la mamá no se preocupa porque todos en la cuadra te conocen y es casi imposible que te pierdas, y donde a las 7 de la noche te gritan que es suficiente y que ya es hora de entrar a la casa.
Llegamos a principio de diciembre. Ya habiamos venido antes pero sólo por vacaciones. En pocos días disfrutamos todo eso de lo que les he venido hablando.
A principio de la semana pasada, cuando comenzó el paro por los peajes, todo se empañó. Disturbios, gases, piedras y vías cerradas predominaron en una semana para el olvidó. Un centenar de personas ensuciaron las calles y el nombre de mi región. ¿Por qué menciono esto? Pues realmente lo hago porque eso no es Urabá, al menos no el que conozco y en donde quiero que crezca mi hijo.
Mi zona, Urabá, es un destino turístico, lleno de diversidad cultural y gastronómica. No se dejen engañar. Acá predomina la alegría de las personas, el sabor para bailar y el talento sin igual. Esa sí es mi zona, donde, como comencé mi relato, el sol baña las plataneras y fecunda la tierra.