Por: Sebastian Puerta Ortiz – Foto: Juliet Flórez
Playa dulce es el lugar en donde él la vio sentada, ella estaba frente al mar admirando el horizonte y sonriendo, tal vez por el recuerdo repentino de una alegre ocasión o simplemente porque vivía aquel instante en el que la arena rosaba sus pies y el aire la golpeaba suavemente, como acariciándola.
Él no podía dejar de mirarla y de preguntarse cómo había llegado a ese sitio tan maravilloso ser, era hermosa, era perfecta. Cada movimiento, cada momento, cada parte de su piel canela que al exponerse a el astro rey generaba un brillo único que invitaba a suspirar profundamente, generaban en aquel hombre una emoción que tambaleaba entre nerviosismo y felicidad.
Le temblaban las manos, no podía esconder la sonrisa enamoradiza que era dueña de su rostro, sentía como un escalofrió jugaba por todo su cuerpo y que su corazón se aceleraba al punto de él poder escucharlo, estaba extasiado ahí parado, en ese pedazo de tierra alrededor de unas cuantas personas, varias carpas y un par de palmas, se sintió enamorado.
Tal vez el poder de las miradas existe porque esa chica perfecta volteo y lo vio, el no pudo hacer más que sonreír y ella le regalo la sonrisa más tierna y adorable que él había visto, luego levanto su brazo, con su mano abierta lo saludo y lo invito a acercarse, él cerro los ojos, trato de calmarse e inicio el camino a su paraíso, su camino hacia ella.
Se sentó a su lado y le tomo la mano, ella solo lo miraba con cariño, él se le acerco de a poco hasta lograr llegar a su boca; no necesitaba un beso apasionado, solo un pequeño y tierno contacto que significara tanto como una vida entera. Al separar sus labios la miro a los ojos y la abrazo fuertemente para al final decirle: “diez años juntos y aun me siento como la primera vez”.
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Que hermoso relato… lo viví al leerlo…