Por: Sebastián Puerta Ortiz
Los vi corriendo y jugando por el parque de Chigorodó, los vi sonriendo y divirtiéndose, recordé tanto mi infancia, a mis amigos y todos esos momentos que cuando llegan a la mente, se hace inevitable soltar un suspiro de nostalgia y alegría. Los vi cuando se acercaron a la fuente, él sacó una moneda de $200, cerró los ojos y la arrojó al agua.
¿Qué deseo pediste?, le preguntó ella con una mirada llena de curiosidad. –No te puedo decir porque si no, no se cumpliría mi anhelo- le contesto él. – ¿Y no me puedes dar una pista chiquitica? Él la miró y le sonrió –Si me regalas un dulce- ella le entregó un chocolate que había comprado con una moneda de $100 que le había regalado el papá en la mañana.
Él guardo el dulce en el mismo bolsillo del que sacó la moneda con la que pidió el deseo, le tomó la mano, y la miro a los ojos. Dudaba en decirle, lo intentó dos veces, pero no pudo soltar las palabras, hasta que respiró profundo y se armó de valor, lo dijo.
-Pedí que todos los niños de Urabá podamos jugar y comer todos los días. Yo me fui con una linda lección y los dos nenes siguieron jugando.