Por: Sergio Ríos – Foto: Sergio Ríos
Temprano por la mañana todo despierta y se repite el episodio. Mi barrio, el 1ro de Mayo, poco ha cambiado en siete años, sigo viendo con similitud intacta los hábitos que reinaban cuando me separé de él. Tal parece un espejo de tiempo, las situaciones se repiten en un orden rutinario… La señora Lucelly tirando el maíz al techo para las palomas a media mañana, su esposo fumando un cigarrillo al medio día después del almuerzo, la vecina del frente mimando sus matas en la noche, la señora “conde” correteando los gatos que quieren entrar por las rendijas de su casa de tablas y zinc todo el día o el señor Wilber con su familia atendiendo la tienda en la esquina mas visitada del barrio. Pareciera que todo se ha quedado congelado en un eterno de bucle, pero no, las arrugas, las historias, las sonrisas o las despedidas no dejan de ir y venir, y con el paso de los años me he convertido en un devenir más, en un visitante de la tierra que lo vio crecer.
Y sí, me encanta disfrutar el caminar en estas calles polvorientas, mirar al frente y ver sueños retraídos que avanzan a paso lento pero que se mantienen tal como los avisos de “se vende pescado” que llevan años en la cuadra principal, los segundos que aunque ya se notan en cada uno de los rostros que no pierden las esperanzas de crecer y hacerse grandes para otorgar mejores condiciones a quien se quiere, porque sí, aquí siempre se piensa en el que te acompaña.
Las palabras pesan toneladas y una promesa o una falta de respeto es cosa grande, los problemas se arreglan en el momento y poco son los odios que se quedan para la eternidad.
Otra cosa que no existe en mi fotografía del pasado es el puente colgante, yo lo llamo “el eterno” y siempre lo será, aunque su uso ahora figure en un rincón. Ese puente ha resistido el paso de generaciones, y digo resistido, aunque de su estructura solo quede el veinticinco porciento, no siento que se haya ido sino que se ha transformado en un cimiento más grande, capaz de resistir lo que en su cuerpo de madera y hierros ya aguantó; las embestidas del rio en sus crecientes, la muchedumbre enloquecida en días como el treinta y uno de octubre o el veinticuatro de diciembre, e incluso los pasos de todo el comercio que se encaminaba desde los barrios de este lado del río al lado de la calle principal, del comercio popular en el parque de la Martina, son muchos los pies que han pasado por ahí y son mas lo que pasaran debajo de esa telaraña amarilla que en este momento es su estructura. Tal vez cambie con el tiempo, ¿quién quita que algún día los que no están regresen y vean un puente de vidrio de esos que construyen entre edificio y edificio en las grandes ciudades? pero bueno, ya se sorprenderán ellos en su momento.
Subiendo la misma cuadra está un estadio, nuestro estadio, es la placa (cancha de microfútbol) de la iglesia donde se le comunica en cada atajada de cualquier arquero al balón que aun falta por mejorar para que cada pateada sea una celebración de gol. Aquí se enamoran del balón y con afán lo acarician por encima de la cancha que recibe el sol como plancha de asar. Los partidos son ardientes, la pasión por el gol los aproxima a una euforia de lucha y arraigo por la victoria.
En conclusión, mi barrio es como cualquier otro en el que brillan sonrisas, las tristezas y sobre todo las ganas de salir adelante.