Por: Milton Andrés Atehortúa Taborda
Aunque el cultivo de palma está relacionado con el despojo de campesinos y comunidades afro ocurrido en décadas pasadas, hoy se muestra como una agroindustria renovada que pretende brindar desarrollo y empleo para los urabaenses.
El cultivo de palma empezó a expandirse en el país a mediados de los años cincuenta y fue, en muchas zonas de Colombia, promotor de configuración y construcción de comunidades. Al Urabá según Fedepalma, esta industria llegó a principios de los sesenta y aunque durante el conflicto armado que vivió la región se frenó su producción, hoy nuevos empresarios, líderes germinales y autoridades, apuestan por darle vida nuevamente, no como una competencia para otras agroindustrias, sino como un fortalecimiento económico y laboral para la región.
Según un artículo publicado en el portal web de la Revista Dinero, en marzo de este año, el gobierno nacional le apuesta a la producción de palma como un polo de desarrollo para las regiones con grandes extensiones de territorio deshabitadas y como una propuesta de sustitución a los cultivos ilícitos. Además porque el aceite de palma es más saludable que las grasas hidrogenadas, como los aceites derivados de la soya lo que de entrada le da una buena posición en el mercado.
Tal vez usted, amigo lector, ya se habrá percatado de las grandes extensiones de la palma de aceite que ahora adornan nuestra vía al mar, permítame contarle que dentro de ellas hay urabaenses como usted, que trabajan arduamente para su sustento. La palma también es historia para bien o para mal y de ahora en adelante debe servir para sacar pecho y decir que ya no somos guerra y tampoco solo banano, que seguimos contrayéndonos como región y que, si cada uno aporta, haremos de nuestro espacio, el mejor vivero del mundo.