Por: Devanny Benítez – Foto: Sergio Ríos
Sal, limón y a freír. De los 35 años que recién cumplió, 20 ha dedicado a la venta de camarón de mar. Aún vive con su madre, no tiene hijos ni amores. Comenzó a desempeñar este oficio para poder ayudar a su progenitora con los gastos diarios del hogar.
Nació y maduró en Turbo, como su madre, culpable de su gentilicio. ¿Su madre? Una turbeña hacendosa que enseñó a su pequeño la magia de los frutos de mar. De acuerdo con él: “Una mujer serena, trabajadora, sabia y que me enseñó que todo se puede lograr en la vida con trabajo”. Y no se equivocó. A punta de camarón tienen techo propio, comida y hasta motocicleta, en la cual cada mañana de jueves recorre las arterias de Turbo hasta llegar donde los pescadores, que traen de aguas profundas, los más frescos frutos.
Su trabajo lo distanció de los peligros de la calle “Prefiero estar trabajando que robando o haciendo cosas malas en la calle” asevera. A pesar de crecer en un ambiente hostil, él es sereno, educado, y sonríe todo el tiempo. Ya saben, como reza el viejo adagio que pronunciaba Facundo Cabral: “Haz sólo lo que amas y serás feliz”.
Retoma. Compra camarones por kilos, vuelve en su motocicleta por las mismas calles hasta la casa de un vecino para entregar el producto. Ya solo compra y vende. La preparación de las delicias las delega a su vecino quien fríe con nada más que sal y limón el camarón de mar. Trabaja solo tres días a la semana. Los viernes, sábados y domingos; y cuatro cuando un travieso lunes festivo se cruza en el camino. Viaja hacia Chigorodó, el que desde hace tiempo ha sido su predilecto lugar de trabajo, con su olla repleta, transita el pueblo de punta a punta buscando antojados que vacíen su recipiente. A pesar de no ser oriundo de estos lares, acá tiene amigos, conocidos y clientes fieles que no dudan en llamarle en tanto logran verle.
Cuando cae la noche regresa por donde vino. En buseta, con los bolsillos alegres, retorna a su natal Turbo a seguir preparando camarones. Porque así es el camarón de mar de Urabá. Capaz de dar alegrías a cada transeúnte.