Por: Karen Katherine Vinasco Jiménez – Foto: Juan Pablo Cardona Camargo
Hasta ahora todos -en especial quienes la habitamos o en algún momento lo hicieron- conocemos a Urabá; Urabá como territorio fértil, productivo, paridor y acogedor de sueños. Como zona vasta, de confluencias amerindias, citadinas, costeras y chocoanas. Como contenedor de memoria, cultura e historia. Como lugar de tránsito y encuentro, de disputas y tensiones, de confluencias naturales de aguas saladas y dulces, de aves migratorias, de visitantes y residentes, de nativos y extranjeros. Pero Urabá, más allá de su limitación geográfica y política, es un universo diverso, múltiple en su manera y en su forma, tan, pero tan complejo, que no podría definirse en una sola cosa, porque está compuesto, en esencia, de todo.
Habitar un territorio no es garante de conocerlo, es, por tanto, que, si de hacerlo se trata, más que residirlo hay que adentrarse, describirlo, escribirlo y reinventarlo en todas sus expresiones. Como era de esperarse, del tan particular y reconocido territorio, emergieron extraordinarias personalidades, entre tantas, la de Jonier Octavio Ruiz Tabares, o como lo conocemos desde hace 3 años, Urabá Ruiz Tabares.
Urabá persona, es un joven de 26 años movido por la cultura, el arte, el teatro, la danza y el bullerengue; un hombre ansioso -aún- por descifrar y redescubrir la región que habita y que se reconfigura constantemente. Cuando recién terminaba el bachillerato y ya resolvía su situación militar, ingresa, con el ánimo de aportarle al mundo del teatro al programa de Gestión cultural que ofertaba la Universidad de Antioquia en aquel entonces. Estando allí y cursando “el poder de la palabra”, Octavio, decide adentrarse a investigar y comprender más sobre quién era él, Jonier Octavio, y en últimas, qué era esa tierra tan particular en la que residía y se hacía llamar “Urabá”.
Descubrió, que “Octavio” provenía del patriarcado de su familia paterna que por tradición nombraba a sus hijos varones de la misma manera (sucedió con el bisabuelo, el abuelo y un tío). Encontró que ese nombre aparte de ser de origen romano, lo recibió el día en el que él nació y en el que horas antes había muerto su abuelo; tomando así, por herencia, el nombramiento de alguien que pertenecía a otro tiempo, otro espacio y otra historia. Por otro lado, descubre que el “Jonier” es un nombre compuesto de origen chocoano que etimológicamente traduce “La negación de sí”. La sorpresa era completa, Octavio había descubierto algo que tenía poca relación con lo que era él y en definitiva, con su realidad.
Mientras pasaba el tiempo y a la par investigaba sobre la región, Octavio, reconoce, desde su territorio, la construcción de su identidad y empieza asumirla. Tras largos 4 años de investigación universitaria, decide cambiar su nombre por el de “Urabá”, divorciando a la cadena patriarcal y asumiendo con el nuevo nombre, no ser una sola cosa sino ser muchas al tiempo; reconociendo su identidad y diversidad constitutiva, exhibiendo con orgullo el legado de sus raíces y trascendiendo sus vestiduras, pero construyendo su propio universo.
Enseñando -apasionadamente- la imagen de una Urabá llena de folclor y cultura, portando coloridos turbantes, trenzados, trajes, alpargatas, molas y tambor. Homenajeando al indígena, el negro, el blanco, el costero y el zambo propios de su región. Enardeciendo la diferencia y dialogando con la in-diferencia y el rechazo para nutrirse de lo que lo rodea, explorando las mil y un maneras de beber el mundo, transformando con irreverencia los escenarios a los que frecuenta y sus realidades, cantando a pulmón vivo bullerengue, escribiéndose en plural, descubriendo y descubriéndose, educándose y replicando su historia de vida, asumiendo el reto de llevar el nombre de una región tan hermosa y llena de memoria y trabajando -actualmente- desde la facultad de Artes de la Universidad de Antioquia para aportarle a la región que lo engendró el desarrollo artístico que desde siempre deseo.
“Mis raíces están donde yo construyo mi vida y mi vida se construye en Urabá. (…) Hay que conocer y respetar este lugar que es tan de todo y tan de todos y que jamás dejamos de describir lo mucho que es”