Por: Milton Andrés Atehortúa – Foto: Milton Andrés Atehortúa
El 20 de julio de 1997, mientras en el país se conmemoraba el día de la independencia, en Caucheras, un corregimiento del municipio de Mutatá en el Urabá, se perpetraba un desplazamiento masivo de campesinos, dedicados a la producción de látex y caucho. Hoy, veinte años después, hay quienes consideran que nada ha cambiado, pero otros le ponen el corazón y la vida a la resiliencia.
Entre 1936 y 1996, existió una empresa de caucho y producción de látex en zona rural del municipio de Mutatá. El proyecto contaba con alrededor de 860 hectáreas y cerca de 300 trabajadores. Sus exportaciones fueron significativas para el crecimiento económico y social de estos territorios.
En el año 2002, después de cinco años de perpetrado el desplazamiento, empezaron a retornar las primeras familias a Caucheras. La mayoría eran desplazados que venían de otros municipios de Antioquia: Cañas Gordas, Frontino y Dabeiba, unas, muy pocas, eran de antiguos pobladores. Entre ellos llegó don Carlos Torres quién venía nuevamente desplazado de la ciudad de Medellín.
Don Carlos es uno de los pobladores más antiguos del corregimiento y, aunque no estuvo en la siembra de las primeras plantaciones, ha dedicado gran parte de su vida al caucho. Llegó en 1954, cuando apenas tenía doce años. Fue rayador desde los 17 años y hoy en día es de los pocos que produce caucho, y el único que envía hacía Medellín.
Carlos siempre habla fuerte, como quien sostiene una discusión. Es bajo de estatura, como Simón Bolívar, así mismo, líder, crítico y revolucionario. Tiene en su poder el primer mapa que se construyó sobre Caucheras y conserva como parte de un patrimonio, una de las máquinas para laminar caucho que fue llevada por la empresa en el ochenta.
Cree que el proceso de reparación a las víctimas debe mejorar en muchos aspectos, pero también es consciente de que la paz y la reparación deben lograrse primero en las comunidades y territorios antes que en el senado y el congreso. Por eso desde que llegó nuevamente a su tierra, ha insistido en no dejar perder la cultura e historia de este pueblo. No ha dejado de soñar, de trabajar y de reírse. Confía en la “voluntad de Dios” para que llegue la justicia mientras tanto él sigue viviendo y sintiendo como un cauchero.
Todos los días, como hace cuarenta años, se levanta, se pone las botas, toma tragos, afila el machete, empaca la siringuera y se va para su parcela. Lo que sigue es la rayada de los árboles y posteriormente la recogida del látex. Trabaja todos los días, incluyendo domingos y festivos. Para él no se trata de un trabajo, se trata de su vida, de la vida de un cauchero que se resiste al olvido.