Por: Carolina Portillo Torres Foto: Pacho Casas
Lo que uno siente cuando se va de la casa y extraña lo que hace la vida diferente en Urabá.
Hablé con algunas personas sobre sus sentimientos por la tierra que los vio crecer y que era lo que más extrañaban, al final, con un poco de brillo en sus ojos, todos terminaban contándome historias de sus momentos más especiales allí.
Entre el banano y el plátano, entre los ríos y el mar, entre las montañas y la llanura todos han tenido las mejores experiencias, han crecido como seres humanos y han llevado lo bonito de la tradición, la gente y la variedad a sus nuevas ciudades, caóticas, llenas y lejanas.
“Hace 10 años abandoné Urabá, y conmigo intente traer la alegría de mi tierra, sin embargo, extraño la tranquilidad de allí, la gente tan amable y carismática, el aire puro y el ambiente de pueblo que te hace sentir en casa”, expresa Yeison, un joven de 26 años que ahora vive en la ciudad de Medellín.
Entre comentarios y risas otros me cuentas que lo más bonito era la biodiversidad de las etnias, pero al instante Camila, quien se mudó desde hace más de 2 años dice: “lo más lindo de mi Urabá es la naturaleza, la armonía de la gente, y conocer a todos tus vecinos, sin distinción, somos la misma tierra”.
Pero quien siempre querrá volver será Jorge, quien añora su tierra desde hace 5 años, y a quien no le puede faltar sus rumbas chigorodoseñas cada vez que va: “Lo más bacano es encontrarse con la variedad de cultura, gente del choco, de la costa, de Antioquia y por supuesto de Urabá, que le dan un agregado a la región por las diferentes formas de pensar”.
Al final todos concuerdan en que “La tierra del sol” alumbrará siempre sus corazones desde lejos, que recordarán cada instante con sonrisas y que harán todo lo posible por volver para contribuir al crecimiento y desarrollo de la región.
Y ahí es donde se refugia la añoranza, en el deseo de volver y no extrañar más.