Por: Dorian Acevedo Acero
¿Han oído hablar del dicho: “Al que madruga Dios le ayuda”?, al urabaense le cae como anillo al dedo.
Suena la alarma y sé que es hora de despertar, ¡en Urabá se trabaja, en la región se madruga! abro los ojos y solo veo oscuridad, son las 4 de la madrugada y el día apenas comienza, tomo aguapanela antes de salir, calientica y con un toque de energía, aquella que se esparce por todo mi cuerpo y me llena de expectativa en este nuevo día.
Vivo en una región maravillosa, rodeada de plataneras y bananeras que adornan cada espacio. Esperando llegar a mi lugar de trabajo, observo cómo otros buses llegan por más trabajadores.
El olor a buñuelo llega a mí, penetra en mi olfato y mis sentidos, es entonces cuando el olor a arepa de chócolo se une para hacer una mezcla de sabores, a mí alrededor veo cómo los estudiantes inician a salir como pequeñas hormigas buscando su nido, el sonido del autobús aparece, es cuando sé que mi jornada laboral apenas inicia sin que el sol salga todavía.